16 abr 2012

Público objetivo

Para todos vosotros, escritores amateurs o gente curiosa

Algo que se tiene en cuenta en cada producto creado profesionalmente es el llamado "público objetivo". Desde una pequeña línea rápida hasta la creación de personas ficticias que podrían estar interesadas en vuestro producto, hay muchas técnicas para decidir para quién creáis y como enfocarlo.

No quiero comentar mucho el tema de la creación de perfiles de público objetivo, puesto que en el mundo de la creación narrativa es algo muy poco definido: normalmente se apuesta por un rango de edades o una gente con un tipo de gustos. Pero sí debemos tener en cuenta en qué nos afecta esto.

La primera y más conocida de las limitaciones de edad es el filtro de contenidos. El grado de violencia y contenido subido de tono son los dos factores más habituales en nestra criba de edad. Aunque creo que estos tipos de filtros se pueden dar a vuestro (espero que aceptable) sentido común, hay otros que podéis olvidar totalmente, como la cultura general del lector.

La cultura general del lector viene determinado por dos factores: la edad y el lugar donde vive. Así pues, dos niños de cinco años no tienen la misma cultura general en España que en Argentina, por ejemplo (aunque pueden ser parecidas). Eso se intensifica a medida que quieres profundizar y localizar más una historia: la vida cuotidiana de dos familias puede cambiar totalmente en unos pocos cientos de kilómetros.

Hay casos que la sociedad nos ha mostrado mucho, como el estilo de vida americano, que hemos chupado en series y películas desde críos; hay también casos como el estilo de vida japonés que puede ser conocido por los aficionados al manga y anime, y podrían ser válidos si el público objetivo es tal; finalmente, hay casos como el estilo de vida kenyano, que no solo variará dentro las distintas etnias sino que la gente que lo conoce es tan poca que no pueden conformar un público objetivo (a no ser que uno se dedique a explicar cada paso, que frena mucho la narración y satura de información al lector).

Más extremos son casos como los juegos de palabras y referencias mitológicas/folklóricas, o textos con valores culturales muy propios. Ya no es el estilo de vida de los personajes, sino es su idioma (que a veces no coincide con el idioma en el que está escrita la obra) o su historia como pueblo, que correspondería a mucha información extra y a veces no deseada por la velocidad o el foco de la narración. Son razones por las que muchas veces el trabajo del traductor es un infierno o directamente no posible. Un ejemplo de los juegos de palabras que me encuentro muchas veces son los nombres en japonés (mi pasión por el producto nipón), donde cada nombre oculta a veces un significado, ya sea entero o por caracteres kanji concretos, que son intraducibles en su mayoría a no ser que sea haga una nota a pie de página. Son capas de profundidad que el público no objetivo (gente no japonesa) no entenderá, y por lo tanto se pierden.

Por eso mismo es clave poder situar y contextualizar al lector en un lugar que o pueda ser conocido ya o sea fácil de entrar, aunque el lugar sea totalmente inventado. Muchas veces se debe ceder ante los clichés para poder facilitar la vida al lector, ni que sea sacrificando un poco de originalidad. Si realmente quieres tener algo muy complejo, lo ideal es entonces entrarlo poco a poco, a medida que realmente lo necesites (o montarte la historia para que no necesites toda la información de golpe, otra táctica a utilizar).

La regla de oro, pues, en estos casos es tener claro el lector al que enfocas y subestimarlo siempre un poco; nunca sabes si el conocimiento que le atribuyes lo tiene o no.

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